martes, 3 de abril de 2012

ENTREVISTA A GUSTAVO ROLDÁN

Los chicos gozan del más grande

Por Noelia B. Carbó

Decir que Gustavo Roldán es uno de los escritores más justamente reconocidos dentro de la llamada “literatura infantil”, es decir poco. El hombre ha demostrado a lo largo de los años, pero sobre todo, a lo largo y a lo ancho de los libros, que la literatura para gente pequeña debe, necesariamente, apelar a tantos cross de izquierda como cualquier otra buena literatura. Libros como El monte era una fiesta, Cada cual se divierte como puede, Sapo en Buenos Aires y El último Dragón, por citar sólo cuatro de su vastísima y hermosa bibliografía, dan cuenta de un pulso narrativo tan intenso como delicado. En suma, súper entretenido.
Criado en el monte chaqueño, o como ha escrito alguna vez, “cerca del Bermejo, cuando la tierra era plana, la luna se posaba en las copas de los árboles y los cuentos sólo existían alrededor del fogón del asado o en las ruedas del mate", este hombre sabe que lo suyo, más que cuentos para chicos, es simplemente literatura. Lean esta entrevista para ver:

¿Por qué, cómo y cuando decidió ser escritor?
      Creo que nunca se sabe porqué, y menos cómo y cuándo. En realidad yo quería ser domador y corredor del monte, con guardacalzones, guardamontes, coleto y sombrero retobado. En fin, el equipo completo que usaban los que eran mis héroes en Fortín Lavalle. Pero me mandaron a la escuela. Y en Sáenz Peña conocí el circo, y decidí que sería trapecista y mago. Por lo menos me queda que ahora voy a una escuela de magia y trato de hacer aparecer y desaparecer monedas y naipes.
       Pero mientras tanto fui viviendo innumerables aventuras, todas maravillosas, que estaban en los libros de cuentos. Creo que el secreto de muchas cosas está en descubrir lo que se esconde en un buen libro de aventuras. Y de ser lector a querer ser escritor hay un solo peldaño. Sobre todo si creemos que un lector es también el escritor que termina el último paso de una novela. 

¿Por qué se decidió por la literatura infantil?
    En realidad no me decidí nunca. Durante muchos años sólo escribí eso que se llama para grandes hasta que un buen día probé —posiblemente por las influencias de la vecindad de Laura Devetach, que escribía bellísimas historias que parecían ser para chicos pero que eran para todo el mundo—, y me gustó hacerlo. Trato de que parezcan pero no sean para chicos.

¿Qué leyó en su infancia?
       Primero escuché infinitos cuentos, sin conocer la forma de un libro. En Fortín Lavalle —estoy hablando de hace setenta años— no se habían inventado los libros. Pero los cuentos estaban a toda hora. Los de Pedro Urdemales, los cuentos del zorro, los de exagerados y mentirosos, el lobizón, y la luz mala y en especial los dos cuentos más hermosos del mundo: la Historia del pajarito remendado y El chivo del cebollar. Piensen que en esa época todavía la tierra era plana.
Después, en Sáenz Peña, en la librería América, un inolvidable don Molina me dejaba pasar atrás del mostrador y leer hasta cansarme pequeños libritos que con el tiempo se fueron agrandando.
Lo que mejor recuerdo son los que después supe que componían Las mil y una noches. Eran Simbad el marino, Ali Baba y los cuarenta ladrones, Aladino y la lámpara maravillosa, y etcétera etcétera, uno tras otro, inacabables. Y ni hablar de esa maravillosa historia de una esclava que va ganando los días de su vida —o mejor sus noches—, una tras otra durante tres años. Recomiendo especialmente volver a ese comienzo de Las mil y una noches.
Después siguieron las historietas, y Salgari y Stevenson. Y Horacio Quiroga.
 
¿Desde hace cuánto vive en Buenos Aires?
      Desde que en el 76 los militares —con la total responsabilidad de muchísimos civiles que hoy se hacen los distraídos—, decidieron echarnos a mi esposa, a mis amigos y a mí, de la Universidad de Córdoba y de todo lugar de trabajo. Buenos Aires era un lugar para borrarse y seguir viviendo.

¿Modifica en algo su literatura el lugar de residencia?
      Podría jurar que no pero creo que sí. No sé cómo, pero seguramente un libro como Sapo en Buenos Aires, y otros donde las cosas no son tan evidentes, no se me hubiesen ocurrido si no me echaban de mi casa.

¿Cree que existe una posible “literatura chaqueña”?
      Espero que no. Lo mejor es que exista una buena literatura escrita en el Chaco o por chaqueños. Hermosos cuentos, novelas y poemas donde nadie se dé cuenta de que están escritos en el Chaco. 

¿Incursionó alguna vez en lo que podría llamarse “literatura para adultos”?
       Es lo que hice siempre y sigo haciendo pero, como en todas las cosas, en el rubro editorial el que manda es el mercado, y el mercado me publica lo que escribo para chicos.

¿La literatura “infantil” tiene el reconocimiento que merece?
      Sí y no.
      Sí, porque cada vez se lee más, aunque los grandes digan que ya no se lee como antes. Son nostalgiosos de un pasado inexistente.
     No, porque siempre están faltando cinco para el peso, como decía mi abuelita, y uno siempre quiere un poco más. En realidad bastante más. Y con todo derecho. Hay demasiadas confusiones con las cosas para chicos. Se les sigue pidiendo que sean utilitarias, que sean políticamente correctas, que no los hagan volar sino que los hagan poner los pies sobre la tierra, y además que les enseñen un poco de geografía y si se puede de historia y matemáticas.

¿Qué debe tener y, sobre todo, qué no debe tener, un buen cuento infantil?
        Como la pregunta es muy difícil, contesto con una parcial trampa: exactamente lo mismo que un buen cuento para grandes.

¿Qué autores, considera, son los imprescindibles? Y sobre todo, ¿qué los hace imprescindibles?
            Javier Villafañe, Graciela Montes, Ema Wolf, Graciela Cabal, Laura Devetach. La inteligencia puesta en juego en cada cuento o en cada poema, la originalidad de los temas, las propuestas diferentes, las ideas renovadoras, la capacidad de la construcción poética, el profundo respeto por la inteligencia del lector, la lucha por un mundo mejor. Estoy pensando, como ejemplo, en Los sueños del sapo, de Javier Villafañe, o Monigote en la arena, de Laura Devetach. Pero fundamentalmente, como siempre, lo que los hace imprescindibles es lo innombrable que hace que la literatura sea literatura.

¿Cuál es el camino que lleva de un libro como El monte era una fiesta a uno como Dragón, que podría entenderse como más “experimental”?
         Creo que el camino más obvio. Si se sigue caminando no se puede no llegar desde un piojo chamamecero hasta un dragón. El secreto está en seguir caminando. En los viajes, cortos o largos, porque toda la vida es sólo un viaje.  Digo, como si yo supiera lo que estoy diciendo.

¿Qué opina de los fenómenos editoriales a lo Harry Potter?
        Respeto ciegamente la cultura y el poder del mercado. Y digo que lo respeto porque es un enemigo poderoso contra el que hay luchar a brazo partido y no rendirse, pero no me interesa seguir discutiéndolo porque le seguimos haciendo propaganda. La historia que sí me parece estupenda es la que nos hizo creer en esa pobre mujer que escribía en los bares para dar un poco de calor a su hijo y tener ella un poco de luz y que al día siguiente publicaba en todos los idiomas del mundo. Y después hay gente que no cree en los Reyes Magos.

Un interés personal: ¿Cuál era la historia del pajarito remendado y cuál la del chivo del cebollar?
        No es difícil contestar. Hay que buscar en las buenas librerías —y en el Chaco existen a más no poder— y preguntar por los Libros del Pajarito Remendado. Uno es precisamente Historia de pajarito remendado, el primero de esa vieja colección que dirigimos con Laura Devetach. Y como si esto fuera poco, en el mismo pequeño volumen está El chivo del cebollar. Esos fueron los cuentos que más veces tuvieron que contarme mi madre, mi abuela y mis tíos. Son de la antigua y sabia tradición popular.      

¿Tiene algún tipo de “disciplina” o ritual al momento de escribir? ¿O se rige más que nada por la inspiración?
         Ni una cosa ni la otra. Escribo cuando tengo un par de frases para comenzar una historia de la que sé algunos datos, más o menos para qué lado va. Aunque siempre acaba yendo para cualquier otro, porque las historias se terminan de armar en la punta del lápiz. Eso también quiere decir que, además, soy de los que primero escriben a mano. Después viene la computadora.

¿De qué libro suyo se siente más orgulloso?
         No es muy original mi respuesta, pero es así nomás: del que voy a escribir mañana.

¿Tiene alguna nueva novela o volumen de cuentos en mente?   
        Sí. Se llama, por ahora, Los sueños del yacaré.

Si pudiera volver el tiempo atrás, ¿elegiría otra vez ser escritor?
        Creo que volvería a elegir ser domador, ser trapecista, ser mago, y seguramente me equivocaría de nuevo y me convertiría en escritor. Además nunca sé qué es lo que uno realmente elige y qué es lo que el azar le va tejiendo y uno cree que puede elegir en la libertad total.

Publicado en  Revista Cuna Nª 15
  

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